jueves, 9 de septiembre de 2010

¿Son las asambleas una representación democrática?

MITOS Y VERDADES QUE LA PRENSA NO MIRA


Por Rubén Levenberg

Cada vez que alguien dice “yo no entiendo cómo el centro de estudiantes tomó esa decisión, yo no estoy de acuerdo”, apenas se rasca un poco debajo de la pintura, aparece alguien que no votó, que votó cualquier cosa sin informarse, sólo porque es obligatorio; que buscó resquicios legales para no ir a votar, que ideológicamente está en contra de la actividad política en la universidad, o en el gremio.

Es casi obvio, pero para pensar en una asamblea hay que volver a Elizabeth Noelle-Neuman y su teoría de la Espiral del Silencio. Cuando aparece una mayoría (aunque sea aparente), las minorías callan o aprueban lo que dicen las mayorías supuestas, porque temen quedar al margen de la sociedad. En una asamblea las cosas suelen estar claras. Los actores:

1.- Una o más organizaciones que convocan, con un fin predeterminado y conclusiones a priori.

2.- Individuos que concurren con un interés sincero por los motivos de la convocatoria o por curiosidad, que se acercan para ver qué se dice y en última instancia participar.

El desarrollo de toda asamblea sigue por lo general los cánones de las organizaciones convocantes. En última instancia, se “permite” hablar a uno o dos disidentes, aquellos que se animan a romper la espiral del silencio. Serán chiflados, se les interrumpirá con algún epíteto que lo ubique ideológicamente en un lugar distante de los intereses del conjunto y en casos extremos será humillado verbalmente ante el conjunto. Finalmente llega el momento de votar. Los convocantes, con organización y decisiones discutidas previamente, levantan la mano sin dudar y ganan. El resto se divide entre los humillados que se retiran, los que callaron para no ser humillados y votan con la “mayoría” a efectos de no quedar al margen del grupo –nuevamente, la espiral del silencio- y los que se abstienen o tratan de pasar desapercibidos, para no votar aquello con lo cual no están de acuerdo pero, al mismo tiempo, no quedar al margen de las mayorías supuestas. La prensa –en ejercicio de su pereza mental que ya empieza a ser crónica- tomará el comunicado de la organización convocante y dirá que “los estudiantes…o los docentes…o los trabajadores” tomaron tal o cual decisión en asamblea. Siempre “los”, como si hubieran estado todos de acuerdo.

El acto será presentado como una reunión ampliamente democrática en la que las bases discutieron profundamente los diferentes problemas y tomaron una resolución que aunque no guste a todos, representa el sentir mayoritario de los “representados”. Las proporciones suelen ser de 400 o 500 participantes de las asambleas, que toman decisiones por 10.000 o más. Finalmente los 9.500 que no estuvieron se lamentarán porque se tomaron decisiones que no los representan, en lugar de lamentarse por no haber participado.

Aquí cabe una primera reflexión: ¿Qué pasaría si participaran 10.000 personas de una asamblea? No sería extraño que lo que hasta aquí denominamos “supuesta mayoría” se conviertiera en minoría. Pero en términos prácticos sería muy difícil de organizar. Para quien esto escribe, esto lleva a otra pregunta: ¿Son las asambleas una representación democrática? Es un tema para reflexionar, sin descalificar ni pretender humillar.

Otro de los formatos representativos es el del voto. Hablamos del voto con urna, porque el voto a mano alzada es un voto reaccionario, propio de los tiempos del fraude patriótico, pero un sistema que todavía se usa en lugares como las asambleas extraordinarias de la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires (UTPBA), centros estudiantiles y otras entidades. De hecho, es el método de decisión en las asambleas. Si se utilizan urnas, hay mayores garantías de que el voto sea representativo, porque desaparece el desincentivo que representan los efectos de la espiral del silencio. Pero allí, nuevamente, los 9500 que faltan terminan siendo cómplices de las decisiones que luego cuestionarán.

Había un lema que se utilizó en la Ciudad de Buenos Aires en una publicidad oficial: “No se queje si no se queja”, que también fue utilizado por el gran Tato Bores. Si el estudiante no va a las asambleas, o vota cualquier cosa con tal de cumplir con el trámite obligatorio, si se calla, si no participa, lo mejor que puede hacer es no quejarse, o cambiar de actitud.

2 comentarios:

  1. Menos mal que existe el voto universal, secreto y obligatorio. Muy buen artículo.

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  2. Más claro, echarle agua. Un documento más que interesante.

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