Por Rubén Levenberg (especial para puedecolaborar)
El otro yo de Cristina
No son dos gotas de agua. Una es una señora de apellido estándar de aquellas que en tiempos de juventud ya tenía una oratoria que la destacaría luego en la política, en el congreso y en la presidencia de la Nación. Es directa para decir lo que quiere decir y se le entiende, un rasgo que corre en sentido contrario a la hipocresía. Eso provoca odio, sobre todo en las mujeres, que cuando la observan o la escuchan no ven reflejadas las ambiciones que el sistema les impuso –culo, tetas y muchos amantes famosos- sino una carrera política que la lleva a gobernar el país.
La otra es una señora que porta apellidos que uno puede encontrar en el cementerio de la Recoleta. Mercedes es nombre cheto, Marcó del Pont es un apellido compuesto de alcurnia. Como Cristina, es inteligente y sabe decir y hacer. Sus conocimientos en Economía se forjaron con estudio e intercambio con mujeres y hombres de las ciencias sociales y de la economía, no con el sentido común de Susana o Mirta.
Una es antipática para muchos integrantes de la clase media, seducidos por la retórica de los periodistas y “analistas” que ponen el giro a la izquierda y se van para la derecha, sean locutores, médicos devenidos en periodistas o ex militantes de causas más justas cuya capacidad retórica les permite ser útiles para quien guste pagar y promover. La otra es más simpática, tiene cierta tonada que sugiere que no es una porteña de ley y, sobre todo, fue maltratada ante las cámaras por un hombre. En el momento en el cual Mercedes Marcó del Pont fue despreciada por Gerardo Morales, muchos la adoptaron. Vivo como pocos, Carlitos Saúl fue el primero que dijo que la respetaba intelectualmente y que le costaría votar en contra de ella.
Una tiene que ejercer el poder, está obligada a tener una muñeca firme como la de cualquier gobernante que se precie. El poder y la presidencia de un país no son un chiste y para ejercerlos hace falta firmeza y mucha resistencia ante las presiones. La otra también, pero su rol es mucho más específico y el cargo técnico la deja al margen de las opiniones surgidas del sentido común.
Una mujer en el poder y otra que es una técnica con un rol preponderante, ambas inteligentes y lindas y ambas con una concepción de la sociedad que no es la de los gurúes que vienen aconsejándonos qué hacer desde 1930. Una mujer llamada Fernández y otra llamada Marcó del Pont. Ambas ya son Cristina y Mercedes y dentro de algunas décadas nuestros nietos sabrán quiénes eran y qué rol cumplieron en nuestra historia. Dirán que fueron buenas, eficientes, tontas, que se equivocaron o que acertaron, pero tendrán que saber quiénes fueron y qué hicieron. Dudo que alguna vez alguien se anime a ponerle a una calle el nombre de Mirta o Susana. En cambio, Cristina y Mercedes ya están haciendo historia.
No son dos gotas de agua. Una es una señora de apellido estándar de aquellas que en tiempos de juventud ya tenía una oratoria que la destacaría luego en la política, en el congreso y en la presidencia de la Nación. Es directa para decir lo que quiere decir y se le entiende, un rasgo que corre en sentido contrario a la hipocresía. Eso provoca odio, sobre todo en las mujeres, que cuando la observan o la escuchan no ven reflejadas las ambiciones que el sistema les impuso –culo, tetas y muchos amantes famosos- sino una carrera política que la lleva a gobernar el país.
La otra es una señora que porta apellidos que uno puede encontrar en el cementerio de la Recoleta. Mercedes es nombre cheto, Marcó del Pont es un apellido compuesto de alcurnia. Como Cristina, es inteligente y sabe decir y hacer. Sus conocimientos en Economía se forjaron con estudio e intercambio con mujeres y hombres de las ciencias sociales y de la economía, no con el sentido común de Susana o Mirta.
Una es antipática para muchos integrantes de la clase media, seducidos por la retórica de los periodistas y “analistas” que ponen el giro a la izquierda y se van para la derecha, sean locutores, médicos devenidos en periodistas o ex militantes de causas más justas cuya capacidad retórica les permite ser útiles para quien guste pagar y promover. La otra es más simpática, tiene cierta tonada que sugiere que no es una porteña de ley y, sobre todo, fue maltratada ante las cámaras por un hombre. En el momento en el cual Mercedes Marcó del Pont fue despreciada por Gerardo Morales, muchos la adoptaron. Vivo como pocos, Carlitos Saúl fue el primero que dijo que la respetaba intelectualmente y que le costaría votar en contra de ella.
Una tiene que ejercer el poder, está obligada a tener una muñeca firme como la de cualquier gobernante que se precie. El poder y la presidencia de un país no son un chiste y para ejercerlos hace falta firmeza y mucha resistencia ante las presiones. La otra también, pero su rol es mucho más específico y el cargo técnico la deja al margen de las opiniones surgidas del sentido común.
Una mujer en el poder y otra que es una técnica con un rol preponderante, ambas inteligentes y lindas y ambas con una concepción de la sociedad que no es la de los gurúes que vienen aconsejándonos qué hacer desde 1930. Una mujer llamada Fernández y otra llamada Marcó del Pont. Ambas ya son Cristina y Mercedes y dentro de algunas décadas nuestros nietos sabrán quiénes eran y qué rol cumplieron en nuestra historia. Dirán que fueron buenas, eficientes, tontas, que se equivocaron o que acertaron, pero tendrán que saber quiénes fueron y qué hicieron. Dudo que alguna vez alguien se anime a ponerle a una calle el nombre de Mirta o Susana. En cambio, Cristina y Mercedes ya están haciendo historia.
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