Por Liliana Mizrahi
¡Qué fiesta de cumpleaños, hermosa patria mía!
Fuimos millones y millones de argentinos. Éramos tantos que me perdí, y no tenía celular. No me preocupé.
Estuve varias horas, caminando y sonriendo entre la gente que también caminaba y sonreía, ofrecía un mate, o se acercaba para hablar.
Lo que más me gusta y me importa siempre: es la gente.
No tenía miedo, ni una gota de angustia, confianza. ¿confianza? Sí! Algo raro, muy raro. Porque no es la confianza, el sentimiento que más frecuentamos los argentinos, entre nosotros. Esta vez fue distinto.
Compartimos un sentimiento de asombro ante la magnitud aluvional que somos nosotros mismos.
Éramos otros. Nunca nos vimos así, salvo en una gesta deportiva: la selección, los pumas, las leonas.
Éramos los mismos argentinos de siempre, pero otros. Había gratitud, gratificación, conciencia histórica y social de lo que estábamos viviendo, y de lo que habíamos sobrevivido. Conciencia del protagonismo que asumíamos. Queríamos y necesitábamos celebrarnos, recuperar nuestros símbolos, mirarnos en el espejo de nuestros héroes más queridos. Aprender y descubrir otros.
Nos organizaron una fiesta inolvidable y la disfrutamos, la supimos valorar, no faltamos. Nos vimos y nos re-conocimos. Recuperamos libertad. Pertenencia. Emoción ciudadana. Memoria histórica. Identidad.
Mientras caminaba entre esa masa de argentinos tomando mate y sonriendo, con sus bebés en cochecitos y sus hijitos a cuestas, agitando banderitas, por mi cabeza pasaban algunas imágenes de diciembre-enero del 2001-2002, esa noche del 19 de diciembre yendo angustiados a Plaza de Mayo. Ese fue para mí, otro 25 de mayo.
Perdida y re encontrada, con hermosísimos sentimientos de amor a la patria, sentía: lo mío es esto, qué suerte haber resistido tantas crisis y estar acá. ¿cómo llegamos a esto? Llegamos a esta fiesta, habiendo conocido el dolor, la decepción, la rabia, la estafa. Las pérdidas más dolorosas, la incertidumbre, el miedo siempre presente, pero hoy no.
Y después, Soledad embarazada en el escenario: Una Argentina grávida de promesas de vida, una Argentina fértil, que revolea el poncho sobre su panza habitada. Una argentina que nos dice: ¡tenemos que aprender a ser felices!
Y después, otra argentina, afianzada en seguros arneses, levanta vuelo y baila en el aire, con mucho donaire…
Una Argentina con vuelo. Una Argentina, que siguió los pasos de las Madres, de cabezas iluminadas, después de vivir con la Constitución quemada. Argentina a la intemperie. Una Argentina de guerra y cruces y chicos muertos. Una Argentina expropiada.
Y para el final, una Argentina murguera que celebra bailando y cantando, mientras confía en sus esperanzas.
Para muchos millones de argentinos, esto fue y será, una fiesta inolvidable.
¡Qué fiesta de cumpleaños, hermosa patria mía!
Fuimos millones y millones de argentinos. Éramos tantos que me perdí, y no tenía celular. No me preocupé.
Estuve varias horas, caminando y sonriendo entre la gente que también caminaba y sonreía, ofrecía un mate, o se acercaba para hablar.
Lo que más me gusta y me importa siempre: es la gente.
No tenía miedo, ni una gota de angustia, confianza. ¿confianza? Sí! Algo raro, muy raro. Porque no es la confianza, el sentimiento que más frecuentamos los argentinos, entre nosotros. Esta vez fue distinto.
Compartimos un sentimiento de asombro ante la magnitud aluvional que somos nosotros mismos.
Éramos otros. Nunca nos vimos así, salvo en una gesta deportiva: la selección, los pumas, las leonas.
Éramos los mismos argentinos de siempre, pero otros. Había gratitud, gratificación, conciencia histórica y social de lo que estábamos viviendo, y de lo que habíamos sobrevivido. Conciencia del protagonismo que asumíamos. Queríamos y necesitábamos celebrarnos, recuperar nuestros símbolos, mirarnos en el espejo de nuestros héroes más queridos. Aprender y descubrir otros.
Nos organizaron una fiesta inolvidable y la disfrutamos, la supimos valorar, no faltamos. Nos vimos y nos re-conocimos. Recuperamos libertad. Pertenencia. Emoción ciudadana. Memoria histórica. Identidad.
Mientras caminaba entre esa masa de argentinos tomando mate y sonriendo, con sus bebés en cochecitos y sus hijitos a cuestas, agitando banderitas, por mi cabeza pasaban algunas imágenes de diciembre-enero del 2001-2002, esa noche del 19 de diciembre yendo angustiados a Plaza de Mayo. Ese fue para mí, otro 25 de mayo.
Perdida y re encontrada, con hermosísimos sentimientos de amor a la patria, sentía: lo mío es esto, qué suerte haber resistido tantas crisis y estar acá. ¿cómo llegamos a esto? Llegamos a esta fiesta, habiendo conocido el dolor, la decepción, la rabia, la estafa. Las pérdidas más dolorosas, la incertidumbre, el miedo siempre presente, pero hoy no.
Y después, Soledad embarazada en el escenario: Una Argentina grávida de promesas de vida, una Argentina fértil, que revolea el poncho sobre su panza habitada. Una argentina que nos dice: ¡tenemos que aprender a ser felices!
Y después, otra argentina, afianzada en seguros arneses, levanta vuelo y baila en el aire, con mucho donaire…
Una Argentina con vuelo. Una Argentina, que siguió los pasos de las Madres, de cabezas iluminadas, después de vivir con la Constitución quemada. Argentina a la intemperie. Una Argentina de guerra y cruces y chicos muertos. Una Argentina expropiada.
Y para el final, una Argentina murguera que celebra bailando y cantando, mientras confía en sus esperanzas.
Para muchos millones de argentinos, esto fue y será, una fiesta inolvidable.
lmizrahi@pachami.com
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