"La vida de cada uno suele ser, al final, una mezcla en proporciones diferentes de azar y de voluntad. En relato de la mía podría empezar una mañana tranquila, en una vieja casona de piezas alineadas por un pasillo exterior, al que daban las puertas de cada una. Estaba en Salta, pero esos inquilinatos eran más o menos iguales en todos lados. Tenía cinco años cuando crucé por primera vez la esquina donde se encuentran la violencia con la política, sin la menor idea de lo que significaba. Al despertar aquella mañana no sabía que seguiría, medio siglo después, tratando de recomponer el interminable cruce.
Hurgando en la mesa de luz del dormitorio, encontré un revolver niquelado, brilloso, irreversible; para mí era el juguete más parecido a un arma de verdad que había tenido nunca. Me decepcionó un poco descubrir que el gatillo estaba bloqueado, pero igual avancé por la galería, escoltado por mi perro. En la cocina encontré a mi madre, y mientras le apuntaba, disparé con la boca. “Pum”, grité. Con un susto enorme, la vi caer redonda al piso. Cuando se recuperó del desmayo, me dio una buena tunda, que me impresionó menos que verla caer por un disparo imaginario.
En 1945, fecha de este episodio, mi padre era dirigente sindical y candidato a diputado nacional en la primera campaña electoral del peronismo. Trabajaba en la destilería de YPF como obrero foguista, o sea, paleaba carbón para mantener vivo el fuego que calentaba las calderas. Cada tanto, amortiguaba las llamas y con la caldera todavía caliente entraba en ella para rasquetear los residuos de petróleo crudo que se adherían a las paredes internas. Eran tiempos duros para hacer campaña política porque más de una vez los mitines terminaban a los tiros; eso explicaba aquel revólver en mi casa".
*(De “Ilusiones argentinas. Un relato de ideas” de José María Pasquini Durán, editorial Planeta.)
Hurgando en la mesa de luz del dormitorio, encontré un revolver niquelado, brilloso, irreversible; para mí era el juguete más parecido a un arma de verdad que había tenido nunca. Me decepcionó un poco descubrir que el gatillo estaba bloqueado, pero igual avancé por la galería, escoltado por mi perro. En la cocina encontré a mi madre, y mientras le apuntaba, disparé con la boca. “Pum”, grité. Con un susto enorme, la vi caer redonda al piso. Cuando se recuperó del desmayo, me dio una buena tunda, que me impresionó menos que verla caer por un disparo imaginario.
En 1945, fecha de este episodio, mi padre era dirigente sindical y candidato a diputado nacional en la primera campaña electoral del peronismo. Trabajaba en la destilería de YPF como obrero foguista, o sea, paleaba carbón para mantener vivo el fuego que calentaba las calderas. Cada tanto, amortiguaba las llamas y con la caldera todavía caliente entraba en ella para rasquetear los residuos de petróleo crudo que se adherían a las paredes internas. Eran tiempos duros para hacer campaña política porque más de una vez los mitines terminaban a los tiros; eso explicaba aquel revólver en mi casa".
*(De “Ilusiones argentinas. Un relato de ideas” de José María Pasquini Durán, editorial Planeta.)
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