lunes, 12 de julio de 2010

De periodistas “truchos”, predicadores y falsos investigadores

Por Rubén Levenberg











A propósito de esta nota publicada recientemente por Hugo Presman y a los dichos de Diego Bonadeo durante una entrevista que le hicieron en El Tren, van algunas reflexiones sobre la confusión de géneros y el uso de la retórica en el periodismo. Presman analizaba la forma de hacer periodismo en la Argentina, las carencias del oficialismo y de la oposición, la falacia de la auto-definición como “prensa independiente” y la falta de debate político en los medios, cualquiera sea su orientación.

Es casi imposible no coincidir con las palabras del colega, pero, como toda nota profunda deja puntas para reflexionar.

Entre ellas la confusión de géneros en el periodismo, una mezcla que puede ser producto de la ingenuidad, de la falta de recursos o de compromisos no profesionales. Se habla y se supone que hay periodismo de investigación. En televisión se hace periodismo de investigación. De hecho, hay y hubo programas de investigación cercanos a la definición académica. La investigación periodística es un género –aunque hay quienes dicen que toda nota periodística debería cumplir con las rutinas de la investigación- que tiene como propósito principal la búsqueda de aquello que alguien quiere ocultar. ¿Cualquiera? No, el “alguien” no es cualquiera, es el poder, el poder político, el económico o de otra índole.

Por otra parte, el periodismo en general busca construir una verdad que sea relevante socialmente y la investigación no está a salvo de tal requerimiento. Las preguntas que surgen a partir de estas reflexiones es si es periodismo de investigación perseguir hasta el baño a una familia que vive en un centro comercial. O si es investigación revelar con recursos burdos la identidad de menores, a pesar de que la Ley lo prohíbe. ¿Son temas de relevancia social?, ¿El hecho de que una familia quiera ocultar su intimidad puede dar lugar a una “investigación”? El periodismo de investigación falsa, no es una novedad reciente, pero fue reinaugurado en los años 90 por algunos periodistas que, desde una perspectiva ideológica progresista, convertían en temas de investigación cuestiones de escasa relevancia social, a pesar de que el sentido común –que nunca debería regir los destinos de un periodista- puede convertirlos en una nota.

Uno recuerda algunas escenas lamentables y el calificativo no es sólo por el producto periodístico sino por la calidad profesional e inteligencia de sus protagonistas, de quienes siempre se espera algo más. En un programa conducido por Jorge Lanata, éste mandó a un cronista que corría por los pasillos del Congreso con su micrófono y su camarógrafo a mano, para investigar si tal o cual diputado tenía una sobrina o un primo trabajando en su despacho, un tema absurdo en la medida que un legislador no puede llamar a un concurso público para contratar a la persona que va a manejar su agenda y registrar sus acciones políticas. El tema tenía efecto en el sentido común colectivo, pero carecía de relevancia social, tanto como las referencias cuantitativas a los sueldos de los legisladores, cifras que pueden indignar, pero que no guardan relación directa con los problemas económicos de un país.

El soborno se baila de a dos

El otro aspecto interesante del periodismo de investigación travestido es que la mayoría de las notas del género apuntan al poder político, pero jamás al poder económico. Se investiga si un funcionario fue sobornado y, allí sí, el tema tiene relevancia. Pero la investigación está incompleta si no se indaga y se publica quién lo sobornó, por qué y qué resultados obtuvo con el soborno. Cuando un funcionario acepta dinero, favores o incentivos comete un delito. Pero el que lo soborna, suele cometer dos delitos, el soborno en sí y el efecto que espera obtener, una ventaja que en la mayoría de los casos consiste en cambiar una ley o en violarla. La gran diferencia es que si no se lo castiga como corresponde, igualmente el político deberá someterse luego al voto de los ciudadanos, mientras que el empresario que lo sobornó seguirá ganando dinero y poder y no habrá “prensa independiente” que lo ponga en evidencia.

Los casos falsos de investigación abundan. Basta con recordar el de la importación de pollos con la que se encubrió durante el gobierno de Raúl Alfonsín el enojo de las grandes comercializadoras de carnes por el intento del ministerio de Economía de evitar los aumentos de precios caprichosos. También el escándalo de “la Banelco” durante el gobierno de Fernando De la Rúa, cuando se realizó una buena investigación sobre la base del testimonio de algunos senadores y del arrepentido Pontaquarto, pero no se avanzó sobre las presiones de grupos empresarios y de sus equipos de lobby, que funcionaron como motor de la ofensiva del Poder Ejecutivo para recortar aún más los derechos de los trabajadores. Para los que quieren saber cómo se hace periodismo de investigación, siempre vale la pena leer “¿Quién mató a Rosendo?”, de Rodolfo Walsh. Especialmente, el último capítulo, en el que saca algunas conclusiones a partir de los testimonios y de los estudios que hace durante los artículos anteriores.

A esta altura el lector que logró llegar sin dormirse puede preguntarse: “¿Y qué tiene que ver Bonadeo con todo esto? El periodista deportivo es algo más que el papá de Gonzalo. Es un periodista brillante y un hombre inteligente y provocador, dicho esto en el mejor de los sentidos. Pero cuando no hay argumentos, la inteligencia y la audacia se apoyan en la retórica, disciplina que sirve para elaborar el discurso persuasivo. Frases disparadas casi al azar, que no podrían ser sostenidas con una fundamentación seria, pero que suenan bien. Títulos de diarios convertidos en conclusiones que nadie entiende de qué lugar salieron, pero que pueden persuadir y que, sobre todo, causan un efecto por repetición.

La historia del periodismo –tanto del escrito como del oral y del televisivo- está plagada de predicadores que reúnen algunos datos sueltos, una voz más o menos seductora y convincente y un dominio sólido de la retórica, para interpelar al poder político desde una posición presuntamente representativa de la sociedad en su conjunto, eso que ahora se llama “la gente”. Para quienes ya lo olvidaron, habría que recordar a Mariano Grondona y Bernardo Neustadt cuando elaboraban razonamientos falsos para “demostrar” que el Estado era incapaz de administrar una empresa y que había que regalarla a quien aceptara recibirla como carga. Si el teléfono no funcionaba o no llegaba, era culpa del Estado. Si YPF tenía una deuda externa enorme no era porque la dictadura militar la había endeudado sino porque el Estado era incapaz de administrar. Si Aerolíneas Argentinas era una de las grandes compañías aerocomerciales del mundo y una de las más elegidas por los europeos, había que ocultar el dato y “denunciar” algún momento de pérdida, como si todas las aerolíneas dieran ganancias todo el año y todos los años.

Periodismo de investigación que no investiga y periodismo de opinión que usa la retórica como único recurso, dos grandes males de una profesión que parece haber entrado en decadencia.

1 comentario:

  1. Hola Ruben,
    Traigo tristes remedos del "periodismo de investigación" de otras épocas: José de Zer buscando a la dra. Giubileo de noche, a campo abierto, susurrando como si lo estuvieran acechando, con la respiración entrecortada...
    Totalmente anecdótico, pero prehistoria de lo que vemos ahora.
    Como siempre, muy buen laburo.
    Un Abrazo

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