4 a 0: ¿Humillación? ¿Drama?

Por Pablo Llonto

Si viviese Perón completaría la frase “o todo en su medida…y armoniosamente”. Si entremezclara su añeja filosofía el flaco Menotti, agregaría: “Poner la heladera en la cocina y el inodoro en el baño”. La Selección ha perdido ante el mejor equipo del Mundial, se despidió de la Copa y una multitud inesperada los fue a recibir a Ezeiza, como corresponde, a los pueblos medianamente despabilados.

Cuando la semana pasada advertimos que ya todo estaba dicho y que las alegrías que pudiesen venir eran yapas de este equipo, no imaginábamos ni el 4 a 0 ni la recepción del domingo. Por lo tanto, aquí debemos escribir que admitimos una etapa de maduración en importantes sectores de un pueblo, que, como siempre, tiene tanto para enseñar a su prensa. A la prensa oportunista, engreída, y soberbia. Incapaz de contagiar certezas acerca de un juego que siempre nos quisieron cambiar.

O cuando se lee en Clarín.com la palabra “humillante” o cuando se escucha al mejor comentarista de la TV mundialista (Diego Latorre) explicar, cuando faltaban pocos minutos para el final del partido, que había que poner otros jugadores y darle otra ubicación a los que estaban, se comprende que aún no estamos capacitados para cerrar los comentarios admitiendo que se gana o se pierde, que las valoraciones de la vida deben ir por caminos distintos a las valoraciones del éxito que una sociedad consumista y enferma pretende imponernos.

Las reflexiones post-Alemania del preparador físico de la Selección, Fernando Signorini, debían ser el título de unos cuantos suplementos deportivos. “En la vida, otros son los problemas que nos acercan a un drama” dijo. Así intentó sacar mucho de la carga que los más oportunistas pretenden acumular, con cara de bronca y enojo. Cuando buscar responsables de un partido de fútbol es más sencillito que buscar y señalar a los responsables de la explotación, de la pobreza, de los jubilados mal pagos.

Maradona debería continuar como DT. Ese sería el mensaje más claro para las juventudes que sólo escuchan cantos de codicia y ambiciones.

Esa será la tapa de la revista Un Caño en los próximos días, un Maradona más barbado, regando una planta que aguarda su tiempo, su momento, su tranquilidad. En esa planta, el rostro de Messi pretende ser el símbolo de quien fue arrojado a la insaciable maquinaria de tener una marca, un título, un balón de oro, antes de acercarlo a una conciencia humanista.

Para los pesimistas, lo tienen al defensor alemán Philipp Lahn (27), jugando el Mundial de Sudáfrica, tres años después de haber visitado Johannesburgo y creado fundaciones y escuelas que ayuden a los niños.

Buscar otro entrenador, en la creencia insaciable, voraz y equivocada, de encontrar magos y gerentes donde no hacen falta, resultan muy de aprovechadores. En el fútbol, como en tantas cosas, los dogmas son siempre menos importantes que la dignidad. Y aquí no hay ni hubo nunca salvadores. Ni entrenadores que hallaron la piedra filosofal. Allí está La Celeste, para confirmarlo.

Maradona ya lloró. Lloró su hija. Y en esas imágenes mundialmente repetidas, las del abrazo y el beso eterno que congelaron al entrenador alemán, incapaz de superar ese consuelo, se nos va el cierre de esta nota. Allí, en la intimidad del túnel, quedaron las tristezas de un asunto que ya es pasado, que jamás debe ser drama, y que debe ponernos en la reflexiva tarea de entender que tal vez sea el año en que aprendimos a valorar las cosas simples de la vida. Sin sponsors que se aprovechen.