¿Y LAS DE CLASE MEDIA?
Por Esther Díaz
En cuanto a la actitud ante el embarazo adolescente, los estándares varían en los diferentes estamentos sociales. Una chica de clase baja abriga pocas expectativas de proyectos de vida que no estén directamente relacionados con su posibilidad biológica de fecundar. En cierto modo su circunstancia la “lleva” a ser madre. Por lo general su madre también ha concebido muy joven y nadie, ni siquiera ella, espera un futuro demasiado diferente al de su progenitora. Quedar embarazada entonces es adquirir un estado que -superado el primer momento de rechazo y reproches- la posiciona en un lugar de cierto respeto y consideración. La adolescente pobre con un hijo en su vientre adquiere un cuestionable “poder” del que nunca había gozado. Tiene algo propio, demuestra que es capaz de producir (nada menos que vida) y se enfrenta a cierta responsabilidad.
En cambio, una chica de clase media (o alta) cuenta con un proyecto de vida múltiple e indeterminado. Esa adolescente no está reducida a priori a la maternidad temprana. De ella se espera que estudie, que se realice profesional y laboralmente, que viaje, que se divierta, que se independice económicamente y, eventualmente, que con el tiempo forme una familia. Pero resulta que en esos sectores sociales también las adolescentes se quedan embarazadas. Y lo que representa una especie de discutible rédito (o fatalidad) entre las clases populares, se convierte en inconveniente serio en las más altas. Pero la abundancia de recursos coadyuva para que todo sea más llevadero. Sus progenitores suelen asumir el rol de “abuelos-padres”, las adolescentes embarazadas, en general, siguen estudiando y, aunque su vida se altera respeto del proyecto originario pensado por ellas y para ellas, la maternidad se reparte con otras personas, esto último también se da en las clases bajas.
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