jueves, 28 de octubre de 2010

Negros de mierda

Por Rubén Levenberg

NESTOR CON UN DISCURSO QUE NO ES VERSO / PERONISTAS QUE SE VUELVEN LOCOS SI NO GOBIERNAN / NEGROS Y JUDIOS DE MIERDA BAJO LA PICANA / AVANTI MOROCHA

Años 60, Haedo Sur al lado de Villa Luzuriaga, frontera entre Morón y la Matanza, con sus casitas bajas y humildes  construidas gracias a algún crédito de los 50, probablemente un plan Evita, con núcleos fortineros que me untaron con el azul y blanco para toda la vida. La familia, de clase media bastante baja, radical, progre, agnóstica, judía y gorila. En la escuela primaria uno se acostumbró a escuchar por igual los apelativos de rigor: “negro de mierda”, “cabecita”, “judío de mierda”. Por esas leyes de la vida que uno conoce antes de estudiarlo en matemáticas o en lógica, si somos “de mierda”, algo de parecido debemos tener.

Tus padres te enseñan a pensar en la justicia social y después te ven peronista y se preguntan “¿qué habré hecho mal?” Uno va con los “de mierda” y se siente uno más, hasta que la degradación del movimiento se hace carne hacia abajo, estalla en pedazos y los que quedamos colgados de la brocha nos acercamos con quienes compartíamos ideales. Al fin y al cabo, éramos todos socialistas y pensábamos en una sociedad más justa, en la que nadie fuera “de mierda”.

Con el tiempo y las dictaduras, uno fue aprendiendo que para algunos, todos somos de mierda. Pero también pudo revalorizar lo que aprendió en la casa, a recordar con cariño y admiración a un Arturo Illia, a entender que son más las cosas que nos unen que las que nos separan. La historia continuó desplegándose implacablemente. La última dictadura nos demostró que lo aprendido allá en el Oeste del gran Buenos Aires no era un capricho ni un mito: Los criminales se ensañaban con los gremialistas y con los que portaban apellidos de origen europeo no anglosajón. Otra vez juntos, esta vez “los negros de mierda” y los “judíos de mierda” compartieron cárceles y picanas.

Y llegó la guerra de las Malvinas, donde los “negros de mierda” fueron llevados como carne de cañón. Vinieron las elecciones y Raúl Alfonsín, los juicios a las Juntas, los levantamientos militares sofocados, los golpes de mercado, el punto final y la obediencia debida. Un día, un amigo querido, don Alfredo Bravo, nos dice “hasta aquí llegué, esto es otra cosa”.

Uno aprendió con los años que hay peronistas que, parafraseando a Papo, se vuelven locos si no gobiernan. Y que del otro lado, se vuelven locos si el que gobierna es el peronismo, como si fuera pecado que la mayoría del pueblo se exprese por el voto universal, secreto y obligatorio y gane las elecciones. Con el tiempo entiende que de uno y otro lado hay gente que comparte cosas. Hay negros de mierda, doctorcitos de mierda, judíos de mierda, ideas de mierda.

Pero un día, cuando menos se lo imagina, tal vez porque aquel chico del Oeste había perdido las esperanzas, algunos de los que fueron amigos, compañeros o simplemente conocidos de otros tiempos comienzan a organizarse en defensa de los “de mierda”. Un tipo ignoto, un tal Néstor –nombre muy común entre los que hoy peinan entre cincuenta y sesenta años- aparece con un discurso esperanzador que no suena a verso. Gobierna, hace lo que uno haría y también lo que uno no haría. Y uno se siente orgulloso de haberlo votado.

Después vendrá su mujer, una mina llamada Cristina, que no es Evita ni Isabel, que es una de las tantas compañeras que uno conoció en otros años, de esas cuya inteligencia y capacidad de trabajo reducían su belleza a un adorno sin importancia. Mientras Néstor jugaba su mejor juego, el de tejer en la interna y el de poner a la Argentina en el contexto de América latina como un país en serio y no como un títere de cuatro o cinco economistas de la Citi, Cristina gobernó y gobierna bailando con la más fea, vaya paradoja. Y lo hace muy bien.  Uno que siempre se negó a llamarla “de Kirchner”, porque las mujeres son, no son “de”, hoy empieza a pensar que su imagen es indisoluble de la de quien fuera su compañero y aprende algo nuevo.

Apenas unos días después de la muerte de un tal Mariano Ferreyra, con quien tenía muchas más diferencias que acuerdos pero al que mataron por ser un “trosko de mierda”, Néstor se nos quedó. Ayer, mientras iba a la Plaza a homenajear al hombre que de tanto luchar se nos había ido para siempre uno pensaba en aquel Oeste del Gran Buenos Aires, escuchaba el “Avanti Morocha” de Los Caballeros de la Quema, pensaba en 50 años de historia.

Y uno caminó por la plaza, se cruzó con las Madres, con las Abuelas, con los Hijos, con los negros de mierda, con los judíos de mierda. Leyó los mensajes que le habían dejado al gran tejedor Néstor, percibió el cariño, el respeto y la confianza por Cristina, vio el llanto y la risa, escuchó las puteadas y los aplausos, la enorme preocupación por el futuro y la gran confianza en la Presidenta y hasta se cruzó con una agrupación que se llama “Negros de Mierda”. Tuvo que explicarle a su hija qué significaba “vigilia” y casi se pone a llorar cuando se dio cuenta de que no hay resurrección. Pregunta y se pregunta. Confía y desconfía. Al fin y al cabo, somos todos unos negros de mierda, unos judíos de mierda, unos indios de mierda, unos zurdos de mierda, unos marginales de mierda, unos pobres de mierda, unos progresistas de mierda. Eso ya es un principio.

3 comentarios:

  1. Gracias Manuel por reflejarme en tu espejo.
    Un abrazo para vos y tu hija.

    ResponderEliminar
  2. Almita: La nota es de Rubén Levemberg. No me quiero robar ningún mérito. Y este texto es de mucho mérito... y es todo de Rubén. Saludos

    ResponderEliminar