El día que murió Perón, foto de José Broide. http://shiftit.com.ar/galeria/ |
Por Pablo Caruso
Con la muerte del político, el pueblo adelantó una reflexión. En el dolor se atraviesa a sí mismo, se para frente al espejo. Se mide, se observa. Se pregunta por su lugar. Se anima a pesarse el cuerpo propio. En definitiva, se juega.
Cuidado muchachos con lo que tanto desean, porque la concreción se les puede volver su peor pesadilla. A veces, no siempre, la muerte impulsa la vida.
Desde la muerte del político se está imprimiendo a fuego en la Plaza de Mayo un determinante “Aquí estamos” de la militancia recuperada, vigorizado el trazo con la fuerza parturienta de la juventud, y el espíritu salvaje de los sueltos, que escriben en las banderas que otros trajeron su convicción de que llegó el momento de poner el cuerpo de lo posible frente a la inmaterialidad de lo ideal. Hay una iluminación pagana, ajena a cercenamientos sectarios, que va intuyendo que todo lo que viene depende de nosotros.
Previsible y torpemente, no se respetó el duelo por la muerte del político. Ya le acercaron a ella un recomendado manual de traiciones, que como él a su tiempo, la mujer echará de regreso junto al mugroso mensajero, sin deshonrarse las manos siquiera para tirarlo a la basura. No vale la pena ensuciar palabras con nombres, porque además son simplemente cobardes autores materiales.
Tal vez la mejor muestra de respeto al político en el saludo final de quienes no nos reconocemos adscriptos, sea la coherencia. Por eso compartimos para tomar o dejar la idea de que no fue él quien recuperó la dignidad nacional, sino esa dignidad la que lo parió a él. Luego su extraordinaria virtud en la interpretación, y su coraje sin parangón presidencial en los últimos 50 años (huevos que le dicen), supo (decidió, quiso) materializar su lectura de lo que el momento histórico reclamaba, y ejecutó la más maravillosa música: nos devolvió el conflicto, y con él dibujó la silueta del enemigo. Allí nace el PERO con el que los no partidarios adelantan su reflexión, el PERO materialista y pragmático que hoy alguien publica con buen oído de observador. La construcción posible; la línea divisoria de la especie popular. La de los que sí y la de los que no.
Y fíjense que notable paradoja viene ocurriendo, y con la muerte del político se pone más celeste sobre blanco: si hoy tuviéramos que hablar de un espacio articulador de diferencias, que trascienda heterogeneidades para sumar a un proyecto por lo esencial; si hoy hubiera que señalar dónde está la posibilidad de superación por consensos, de madurez institucional, de reunión de sectores con respeto democrático por sus diferencias ¿Acaso no sería alrededor de lo construido por el político que despedimos? Ojo muchachos con lo que desean.
“Aquí estamos, custodiando lo que supimos construir”, se firma desde ayer y definitivamente en la Plaza del pueblo. No hay vuelta atrás. La garantía no es el líder, sino el cuerpo político y popular que posibilita el vínculo, una y otra vez. Tamaño aprendizaje para todos.
La recuperación de la política, con P mayúscula, es el mejor legado del político que se nos fue. Por debajo de esa posibilidad recuperada están todos sus logros de gobierno, que son los nuestros, y que quienes han llegado hasta aquí en la lectura atenta ya conocen. A la misma acción pertenecen también los errores, las oscuridades, las contradicciones, que hoy como ayer, no tenemos porqué negar ni esconder. Todo eso también nos pertenece.
Dos insistencias a la hora del recogimiento. Nosotros pueblo somos los principales artífices de nuestra realidad y destino. La mayor virtud del político es la lectura de lo que nosotros mismos exigimos como sujetos de la historia.
Y la segunda repetición, la que a nuestro juicio debe prevalecer ante cada esquina de la reflexión adelantada: depende de nosotros. De nadie más.
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