Por Rubén Furman
La película de Tristán Bauer sobre el Che entró en su tercera semana
de exhibición en el circuito comercial. Se trata de una buena noticia
porque sus 16 copias se están exhibiendo en otras tantas salas de
Capital, La Plata, Rosario, Córdoba y Mendoza, donde ya la vieron unas
14 mil personas. Es una cifra pequeñita, claro, si le compara con las
650 mil que tuvo Shrek 4, o los 190 mil de la última comedia de Suar.
Pero con el atenuante de que es un documental de esos que sólo se
pasan en el circuito público o en festivales, nos ayuda también a
saber en dónde estamos parados.
Guevara es el último santo de esa religión laica que fue el sueño
igualitario en el siglo XX, al que algunos historiadores académicos ya
llaman el “siglo del comunismo”. En su viaje continuo, recorrió un
tramo de esa historia a paso vivo. Los viejos noticieros lo muestran
en este film en la Sierra Maestra entrevistado por el argentino
Masetti y solo diez años más tarde tumbado y con los ojos
entreabiertos, en el piletón del hospital de Vallegrande. En el
interín se retrató con lideres independistas como Ben Bella y Nehru,
patriotas como Ho-Chi-Minh y Nasser, con héroes antifascistas como
Tito, y jefes de estados del socialismo real (hoy casi en extinción)
como Jrushov y Mao. Ocupó el estrado de las Naciones Unidas para
anunciar con la más emotiva oratoria que “la historia tendrá que
contar con los pobres de América, con sus desposeídos” que “han dicho
basta y echado a andar”. Los pibes que ven la película asisten a una
(larguísima) clase magistral sobre cómo fue el mundo en el que
vivieron sus padres y abuelos, mientras éstos activan su evocación.
Pero ninguna de estas crónicas escritas en esas libretas de apuntes
que el Che llenó una tras otra, con letra clara y pareja, tienen la
fuerza educativa de su despedida familiar. Guevara se estaba subiendo
al camino que desembocaba en Bolivia, de cuyo punto final se
cumplieron en estos días 42 años. A sus hijos les encomienda que
sientan a las injusticias del mundo como propias, que sean buenos
revolucionarios. Y a su mujer le recita poemas de amor. El director
confiesa que esta escena es la más impactante de su documental porque
esa voz íntima que brota del grabador de cinta abierta “moviliza hasta
el último de los sentidos”.
Es cierto. Extraña oír al guerrillero de la mano gloriosa y fuerte
replegado como hombre común en sus sentimientos más privados. Conmueve
el tono dramático con que “dice”. Confunde esa voz serena que entona
cada idea y cada punto. Acaso recite sin leer, de memoria, el
“Farewell” de Neruda, un poema bello por donde se lo mire. “Fui tuyo,
fuiste mía, qué más?/ Juntos hicimos un recodo en la ruta donde el
amor pasó/Fui tuyo, fuiste mía, tú serás del que te ame/del que corte
en tu huerto lo que he sembrado yo”.
El hombre nuevo que pretendía Guevara debía construirse con altísimas
dosis de desprendimiento personal. Su ejemplaridad iluminó a una
generación y aun hoy no se extingue, aunque convoque muchos menos
espectadores que un simpático muñeco verde.-
Valiosas palabras.
ResponderEliminarEs cierto. Su ejemplaridad iluminó a una generación y creo que sigue iluminando a muchos jóvenes que empiezan a indagar y comprender su ideario y su búsqueda del hombre nuevo en aras de la equidad.