Empleada estatal utilizó correo institucional en vez del personal
Y, ¿QUÉ HACE LA JERAQUÍA ECLESIÁSTICA FRENTE A LA SANTA PEDOFILIA, LA COMPLICIDAD CON LAS TORTURAS, LAS DESAPARICIONES Y EL ROBO DE CRIATURAS?
Por Julio Rudman
A Fanny Edelman, in memoriam
A veces pasa. Es que pasa que uno pasa tanto tiempo en el lugar de trabajo que empieza por acostumbrarse, por encariñarse y termina confundiéndose. Guarda efectos personales en los cajones del escritorio, esconde cartas comprometedoras en el armario de la oficina y cosas así. Conozco una colega que tiene su taza preferida para tomar café, en la radio. Dice que, aunque el café sea el mismo que el de su hogar, tiene mejor gusto en esa taza.
Algo así le debe haber ocurrido, eso prefiero creer, a Isabel Cittadini, la encargada del Área de Comunicación del CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas), un organismo estatal.
Envió un correo electrónico, desde la casilla institucional, manifestándose en contra del derecho al aborto legal, seguro y gratuito. Justo el día en que la Comisión de Legislación Penal de la Cámara de Diputados de la Nación (que a veces parece honorable de verdad) emitía dictamen favorable a un proyecto de ley para despenalizar el aborto. Apenas un primer paso, pero histórico.
Pero Isabel, la católica, no es como aquella reina de Castilla que nació en un lugar de nombre musical, Madrigal de las Altas Torres, pero que nos envió al navegante don Cristóbal, y a su hijo Cristobalito, para comenzar el despojo y el etnocidio, tan dramáticos y tan poco poéticos. No sé en que ciudad nació, pero por aquí las comarcas suenan distinto, sin madrigales. Nuestra Isabel confundió sus roles. Cometió un desatino por fanatismo explícito. Debió, me parece, emitir opinión desde su correo personal.
Imaginemos, por un momento, la situación inversa. Supongamos que Cittadini, exorcizada por el espíritu de Karl Marx, hubiese mandado su apoyo a la legalización del aborto desde el sitio oficial del CONICET, con logo incluído. Desde las más altas cumbres vaticanas, desde las arquidiócesis terrenales del continente americano, desde el portavoz arzobispal de monseñor Bergoglio y cara de yonofui, desde todas las secretarías de redacción de la prensa dominante, hubiese estallado el escándalo.
En nuestro país el aborto es ilegal, inseguro y oneroso. Pero se practica a mansalva y (otra vez Marx) el resultado final de una operación tan dolorosa depende de la clase social a la que pertenezca la mujer. La hipocresía domina este tema, como tantos otros en la Argentina.
No se trata, como dice la cúpula crápula de la Iglesia católica, de que nosotros estamos contra la vida. Al contrario. No conozco ninguna mujer que vaya feliz a hacerse un aborto. Nadie se maquilla, se pinta y se produce para tomar una decisión así. Precisamente porque estamos a favor de la vida es que, mujeres y hombres, denunciamos las miles de muertes de nuestras mujeres pobres por falta de asepsia, por falta de recursos y por falta de prevención.
Históricamente se nos vaticinó el derrumbe civilizatorio cuando se instituyó el matrimonio civil, el divorcio vincular, el reconocimiento de los hijos extramatrimoniales, el uso del preservativo, el matrimonio igualitario. Y, sin embargo, ese derrumbe llegó a su climax con la santa pedofilia, la complicidad con las torturas, las desapariciones y el robo de criaturas. Total, dentro de cuatrocientos años pedirán perdón, cuando von Wernich, Grassi y Storni, entre otros, sean recuerdo de gusanos.
Inevitable y felizmente, se abre en la Argentina un debate necesario. Nadie que yo conozca está a favor del aborto. Estamos a favor del derecho de cada mujer a decidir si quiere seguir con un embarazo o no. Que no es lo mismo. Nadie que yo conozca está a favor de obligar a una mujer a abortar, ni a divorciarse, ni a casarse con una persona de su mismo sexo, ni a casarse, ni a usar preservativos. Pero militamos para que una secta, por mayoritaria que sea, no convierta en criminal a una mujer porque se siente soberana de su cuerpo y practica esa soberanía.
Para la Iglesia católica la mujer, hasta el año 585, no tenía alma, salvo María, por una cuestión de jerarquía, ¿vio?. Recién en 1215, en el Concilio de Letrán, se introduce el celibato obligatorio en curas y monjas y en España, en el siglo XVI, todavía era permitido el aborto y hasta el infanticidio, hasta que el recién nacido era bautizado (http://www.cuerposfeministaslaicos.wordpress.com/).
Cittadini, en clara posición adelantada (referencia futbolera identitaria) debería llevarse sus bártulos a casita y, desde allí, opinar lo que le de la gana. Que para eso son los debates.
Estamos dispuestos, en un gesto de apertura mental democrática, a soportar dislates. Pero, parafraseando a Sarlo, la clarineta, con las instituciones no, Isabel.
Una coma mal puesta en el artìculo es otro de los obstàculos para avanzar. Dicen que fue la misma Isabel que usted menciona, cuando era dactilógrafa en el Congreso, trasncribiendo el borrador directamente del francès. La historia es circular.
ResponderEliminarLas casualidades no existen, Jorge.
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