lunes, 8 de noviembre de 2010

Lloré un montón por los tíos Néstor y Cristina

¿Qué clase de respiro podía tomarse la Presidenta con un tipo como Cobos respirándole en el respaldo del sillón?


INVITAMOS A ALMORZAR A LA CENSISTA/NO CONOCÍ EL MIEDO DE DESAPARECER/EN LA PIZZERIA PEDÍAN QUE SUBIERAN EL VOLUMEN DE 678

Foto de Jesica Baez



Por Nadia Lihuel

El 27 de octubre trabajé en el censo. La verdad es que fantaseaba hacía tiempo con la idea de participar en algo así, en realidad mi plan era ser presidenta de mesa el año que viene, así que cuando salió la posibilidad del censo acepté sin dudarlo. La noche anterior no había podido dormir de la ansiedad. Era raro, no me pasaba algo así desde que empecé la secundaria: sabía que el día siguiente iba a ser muy importante.

Pero no me imaginaba cuánto.

Cerca de las 8 llegué a la escuela de Villa Urquiza donde me tocaba y como la más aplicada de las alumnas de un cuarto grado prestado ordené mis papeles y recibí instrucciones para mi trabajo del día.

Alrededor de las 9 salimos cada cual hacia su segmento identificados como censistas. Debo confesar que sentí mucha satisfacción. Sabía que me iban a estar esperando, de eso se trataba. Como jugar a las visitas.

Recordaba haber vivido mi primer censo, el del '91, con nueve años, esperando con ansiedad a la censista. La habíamos invitados a almorzar con la familia y contesté orgullosa las preguntas sobre la escuela y el inodoro de mi casa.

Tenía muchas ganas de regalarle ese recuerdo a alguien. Ser la visita esperada pero desconocida.


Toda una tarea

Me invitaron a pasar a casi todas las casa y me trataron muy bien: una nena me regaló un dibujo y hasta consolé el dolor de una abuelita que había perdido a su hijo hacía poco tomándola de la mano un rato; escuchándola nomás (¿qué otra cosa hubiese podido hacer?).

Sin embargo, algo había pasado.

En la tercera casa a la que censé, Ester, la jefa del hogar preguntó:

- ¿Supiste la noticia?

- Sí - contesté - Le robaron a una censista en Chacarita, me contó el señor de al lado.

- No - dijo Ester, y vi la amargura asentársele en la cara - La otra noticia....

- No, ¿qué pasó? - Ester no encontraba las palabras, parecía no creer lo que estaba por decir.

- Murió Kirchner.

Se hizo una pausa infinita. Yo no entendía nada. Lo primero que pensé fue que si había muerto después de las doce de la noche del 26, para el censo iba a figurar vivo. ¡Qué tontería! Y pensar que en la capacitación me había parecido una pregunta idiota.

Ester prendió la tele.

Yo seguía sin entender nada.

- Parece que van a suspender el censo - dijo.

Llamé a mi jefe de radio. No sabía nada el pobre tipo, encerrado en el papelerío de los quince censistas que tenía a cargo.

- Dejame averiguar y te llamo.

Al rato supe que debía seguir con mi tarea. Y por algún motivo sentía que era mi deber. Que estaba formando parte de la Historia. Sí, con mayúsculas. Igual que el 25 de Mayo de 2003, cuando me encontré entre la masa de gente que iba a saludar a ese presidente que no había votado, pero que era la opción más razonable si la rata inmunda no se bajaba del ballotage.


La plaza me llamaba

Mis primeras elecciones presidenciales y esa sensación de casi victoria al ver como presidente a un tipo que no conocía pero que hubiese votado con convicción si el del apellido palíndromo me hubiese dado la chance. Pero no; el muy sorete me quitó esa oportunidad también. Como si no le hubiese alcanzado con diez años de tirarnos tierra encima.

Sin embargo me sentí parte de algo cuando el tipo, como comandante en jefe de las fuerzas armadas, ordenó bajar los cuadros de los dictadores.

Yo no conocí ese miedo, el de desaparecer. Pero conozco a quienes lo tuvieron, a quienes crecieron en él. Esos tipos me educaron, esas tipas me dieron la teta cuando en el 82 asomé la cabeza. Y sabía que sacar la foto y bajar del púlpito a los asesinos no era sólo un símbolo: era también un signo. Un signo de cambio, una luz de giro.

Después vinieron la derogación del punto final y de la obediencia debida. Y los milicos encerrados. ¡Qué lindo! ¡Qué buen comienzo!

Podría seguir con la enumeración, pero no hace falta. Ese tipo estaba muerto.

¿Y ahora? ¿Y Cristina?

Por experiencia sabía que un duelo no es fácil de elaborar. Que las responsabilidades, cuando una está triste, suelen pasar a un segundo plano. ¿Qué clase de respiro podía tomarse la Presidenta con un tipo como Cobos respirándole en el respaldo del sillón?

La plaza me llamaba. Una vez más.

Pero antes el censo: "¿trabajó al menos una hora durante la semana pasada?", una ridiculez que clavé como un punzón en la dignidad del único desocupado al que censé. "¿Cuántos hijos nacidos vivos tuvo?" le pregunté a cada una de las casi treinta mujeres que me crucé y no pude evitar pensar que, en promedio, mis planillas obviaban impunemente casi sesenta abortos.

Por suerte mi cuestionario era largo, pero mi segmento pequeño. Así que a las tres de la tarde terminé el recorrido y para las cinco estaba en el colectivo camino a mi casa.

Y otra vez la pregunta en mi cabeza: ¿Y Cristina?

Una ducha rápida y el encuentro con una amiga para ir juntas en subte para el centro. El primer contacto con la sensación de dolor lo había tenido en el bondi. Pero cuando subí en Malabia había otra cosa.

El vagón era un enorme living sobre ruedas donde todos mirábamos alrededor buscando en otras miradas la señal que pudiera desmentir la fatalidad.

Pero no hubo caso.

Ahí estaba, gris como siempre, la muerte. Lo irremediable.

En cada gesto, cada ademán. Y en el medio los turistas... desentonando. Cuando salimos a la calle en Uruguay me recorrió la espalda la misma sensación que otro 25 de mayo, el del Bicentenario. La certeza de estar siendo parte, una vez más, de la Historia.

Podría contar cómo fue que me quedé en la plaza repleta y por primera vez sin bombos, por horas y horas, saludando gente con esos abrazos fuertes que una le da a un amigo que perdió a un familiar cercano. Para mi hermana, la presidenta es la "tía Cris", así que supongo que por propiedad transitiva todos habíamos perdido al "tío Néstor", y nos abrazábamos como si así fuera.

Podría contar cómo después, cuando fuimos a comer a una pizzería del obelisco, las personas pedían subir el volumen de 678. O aplaudían a rabiar con las imágenes de 2003. O cómo quienes caminaban por corrientes entraban al boliche para sumarse a los que cantábamos en las mesas ante la mirada incrédula de los mozos que esperaban una jornada intrascendente después del casi feriado del censo.

Pero no puedo dar más detalles sobre eso... recuerdo apenas pinceladas. Escenas incompletas, borrosas de llorar. Sí, lloré un montón.

A mí no me lo contaron.

Al día siguiente volví. Logré entrar a la casa rosada a las tres y media de la mañana después de muchas horas de cola, después de cánticos y llantos compartidos en esas intimidades multitudinarias que construyen la Historia. Con frío, con cansancio. Pero con la alegría de estar, después de tanto bienestar ganado en siete años, de vuelta en esa plaza.

La plaza que llama, que pide una vez más la presencia de los hijos pródigos. Nosotros, nosotras, que crecimos con la democracia y que queremos que ella siga creciendo de nuestra mano.

3 comentarios:

  1. ME GUSTO LO QUE ESCRIBISTE , A TODOS NOS PASO ALGO PARECIDO, FUE UN GOLPE TERRIBLE, ES UN GOLPE TERRIBLE, AHORA TODOS CON CRISITNA.

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  2. No puedo decir que disfruté lo que escribiste, porque para mi también fue un gran dolor. Pero me identifiqué e identifiqué a muchos. Gracias por la espontaneidad y la gracia en medio del dolor. Saludos.

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  3. Nadia: excelente y sentida nota. Empatía por lo que todos sentimos. Escrita con las entrañas.

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