Foto de Andres Stapff |
Polémica
El otro legado
Por Alejo Lemiña*
El historiador Nicolás Carrera, en un análisis sobre la clase obrera de 1936, escribió que los hechos históricos no son resultantes de meros actos individuales de algunos dirigentes o grupos sindicales o políticos, sino que involucra al conjunto de cada clase social y hay que tener en cuenta que éstas se forman en el enfrentamiento entre ellas. Desde esa noción teórica, es interesante pensar cuál es el otro legado que se enfrenta a esa rama de pensamiento que se le atribuye a “lo que Kirchner nos dejó”.
En coexistencia con ese legado aparece en puja otra herencia que está fuertemente arraigada al pensamiento argentino y ligada a un sentido común bastante irreflexivo. Nacida desde los orígenes de nuestro país como colonia española, se renovó a través de las épocas en distintas formas y expresiones, pasando por las campañas al desierto, por el modelo agroexportador de principios de siglo XX, se reavivó completamente durante la última dictadura militar, en los intentos de golpe de estado al gobierno de Alfonsín, y estuvo encarnada en el paraíso ficticio del menemismo.
Hoy, esa corriente de pensamiento está impregnada en la sociedad, ayudada por una tendencia histórica de habituarse a vivir sin cuestionamientos. Estoy hablando de el “no te metas”, del “se viene el zurdaje”, del “algo habrán hecho”, de esa mirada que no ve en la política otra cosa que corrupción, que encuentra al Estado como una herramienta cuya única función es el impedimento de ganancias máximas que el libre mercado es capaz de facilitar a algunos, y que prefiere soñar la Europa Argentina que construir una Argentina de todos.
Lo inédito de esta nueva etapa es que la lucha entre esos dos legados es más pareja, y compiten cotidianamente como dos extremos, como tesis y antítesis. Se muestran como incompatibles pero forman parte de la sociedad argentina en su conjunto. Se apropian del Kirchnerismo desde sus miradas opuestas y hacen del símbolo de su conductor un “héroe popular” o un “demonio autoritario”.
Aquella herencia tradicional y conservadora de pensamiento gozó de inmunidad y de libertades extendidas por encima de otras. En la actualidad se cruza con un fortalecimiento de su polo opuesto, que durante mucho tiempo pidió a gritos silenciosos un lugar. Ahora le disputa un territorio equitativo en el reparto de las libertades, pero lo hace eufóricamente motivada por la reciente salida de ese estado acallado en el que vivió.
La visión tradicional dejó de ser la única con privilegio de libertad, y por ello es que entiende el nuevo fenómeno como un “atentado a la libre expresión” - justamente a la suya, que antes era intocable - y ve en la democratización de las voces un “control demagógico y autoritario” – porque se ve obligada a compartir aquello que previamente monopolizaba-. La disputa se libra emotivamente, en términos bélicos de expropiación y apropiación, por ello la polarización incita a tomar apasionadamente las banderas de un lado o de otro.
Para unos, la confrontación es sinónimo de posibilidades, para otros sectores de pensamiento es sinónimo de “crispación”. Pero para ambos “bandos” la libertad expresiva ahora existe, aunque los debates se vean opacados por las descalificaciones apasionadas propias del momento histórico en el que esta lucha se está librando. Solo el tiempo y la historia darán una síntesis a esa disputa sana pero claramente conflictiva que conforma nuestro presente. Habrá que ir transformando esa pasión en reflexión y las descalificaciones en críticas constructivas.
No es Nicolas Iñigo Carrera?
ResponderEliminarSi, es ese, solo que no escribi el nombre completo. Saludos
ResponderEliminares lo que yo digo siempre a unos amigos... si tienen lugar como para decir que no hay libertad de expresion y putean a cuanto funcionario quieran putear, eso no es hablar con libertad? Pero a veces es como hablar contra una pared
ResponderEliminar