domingo, 13 de marzo de 2011

David Viñas, ¿el último?

ERA UN PERSONAJE / ÚLTIMO REPRESENTANTE DE ESA IDEA DEL INTELECTUAL CRÍTICO / DESPEDIMOS A UN GRAN MAESTRO

Por Teodoro Pablo Lecman*

“En la vida real no nos interesa la totalidad de la persona, sino actos aislados suyos, que de una u otra manera nos importan. (...) uno mismo es la persona menos indicada para percibir en sí la totalidad individual.”
Mijail Bajtín, Estética de la creación verbal

    
A fines del año pasado le dábamos a David nuestro Freud x Masotta (Ed. Leerypsicoanalizar, www.leerypsicoanalizar.com.ar), en el Bar La Paz de la calle Corrientes. Canoso, siempre aleonado, lo sorprendimos en su mesa habitual y quisimos homenajearlo con aquel recuerdo del grupo Contorno, del que formaba parte con nuestro Masotta, Sebrelli, Jitrik y otros. Cuando lo elogiamos por su buen aspecto (acaba de morir con 83 años), nos respondió en un solo rugido: “¡¡Finjo!!” Como el león de la Metro, esta vez cerrando la película, la aventura estaba concluida, sin que supiéramos el inminente final: 2011, una estúpida neumonía. Como el estúpido accidente de auto que acabó con el gran Albert Camus en 1960.
     Arbitrario punto final que convierte nuestra vida en destino y de algún modo la totaliza, no para nosotros mismos, sino para otros (André Malraux, al fin y al cabo Ministro de Cultura de De Gaulle, tras toda su “izquierda”). En general, según Bajtín, nos sucede como en la cita inicial: todo es fragmentario y utilitario respecto al otro. Sólo en los personajes de un autor, y en su propia vida como personalidad poética (Walser, citado en Cuerpo y Símbolo, Lecman), hay una relación con la totalidad de la vida del personaje. Cierto que David era un “personaje”. Y decía: toda autobiografía es suicida (¡estaba haciendo la suya!). Toda biografía de los “grandes hombres” tiende a ridiculizarlos, dice Freud (Cartas a la novia, circa 1880), y decide quemar todos sus papeles sorprendentemente sabedor del interés que suscitaría en los biógrafos, en la posteridad.
      Ignoramos si David Viñas era consciente de eso y si suscitará gran interés.    
      En todo caso su nombre era famoso en el campo de la cultura. Pero en los últimos tiempos parecía ocupar su puesto de
 observador solitario en un bar: barco a la deriva en un mundo incierto, proa, quilla rimbaudiana, o popa martinfierrista en la cabeza de Goliat de la gran urbe desquiciada y cambiante, sin tsunami. Pero con un pampero de manifestaciones, humos del campo, snobismos sin fin, y otras confusiones, arrasadoras...
    La veleta gira. En el espectáculo de la calle Corrientes algo queda. Anodino e indiferente como la pirámide de plaza de Mayo (a no ser por las Madres que dan vuelta eternamente alrededor de ella), el obelisco, con sus yirantes (Yira-Yira), los empleados de la city, los festivales, las marchas, los fulgores electrónicos, el Gran Cambalache...
     Irónico, crítico, como solía repetirlo, David Viñas escribió algunas de las mejores novelas y cuentos argentinos: Los dueños de la tierra, Dar la Cara, Cayó sobre su rostro; etc. Fue uno de los mayores profesores, ensayistas y críticos de la literatura y la política argentina (Literatura argentina y política,  2 tomos, entre otros) que nos permitió entender, indispensablemente, algo de nuestra historia.
     No es poca cosa haber intentado un análisis coherente y sistemático de un mosaico de cansadores obras y discursos oficiales o imitadores de Europa hasta el vómito por próceres y representantes de la oligarquía, con algunos outsiders notables como Cambaceres, junto a una marginalia innumerable de curiosos, malditos y más o menos ignorados, de “culto” a escondidas, como Fijman, Viel Temperley, Chiappori, quizás Holmberg, Pizarnik, Julio Huasi, etc, por citar al azar, al boleo, tan nuestro. Si bien en la obra citada falta, nos parece, el gran abanico de los 60, salvo Rodolfo Walsh, quizás porque D. V. formaba parte de él.
     En esa crítica, notable, no se puede dejar de resaltar los límites de la crítica, para todo aquel que no tome en cuenta la dimensión del inconsciente en los hechos humanos (no es interpretar). La crítica, más que la ironía, vuelve sobre sí misma, hace bucle al gran estilo hegeliano o boomerang a nuestro estilo australiano. Hasta la filosofía crítica de la escuela de Frankfurt encuentra su límite: en Marcuse (no podemos desarrollarlo) y sobre todo en Adorno, enorme dialéctico, ¡que dice que sólo queda llegar al extremo del idealismo para molestar al sistema! (Minima Moralia)...
     ¡Nos habíamos amado tanto...!: años 60, 70... ¿Qué quedó?
      Para David las cosas son incluso antes: los 50. Nacido en el 27, cerca de la Gran Crisis del capitalismo mundial del 29 y de la catarata golpista argentina que se inicia en los 30, de un padre juez y una madre judía (un poco como la esposa de Botana) con un hermano, Ismael, fundador de una novedad de la época, un partido nacional de izquierda marxista (¿ahora en Miami?), David Viñas fue figura central de la “intelectualidad progresista” de los evaporados 60, luego con dos hijos desaparecidos, exiliado, gran parte de la familia en EE.UU. (!), etc.. Viñas sabrá recoger todas esas marcas. Viñas de Ira, como la novela de Steinbeck. No olvidemos la escena final del iracundo y gran Marlon Brando, adulto, tomando de la teta de una mujer... En una de sus últimas obras: Tartabul o Los Ultimos Argentinos del Siglo XX, D. V. parece haber hecho ese ejercicio feroz de las voces, uno de cuyos ejemplos es el anacrónico “titeo” (aprox. tomar el pelo, de punto), que tanto le gustaba.
        Últimamente, se negó a integrar el grupo de Carta Abierta, repitiendo lo que siempre dijo y le valió encontronazos con Beatriz Sarlo: un intelectual debe ser crítico, nunca del sistema.
        Último representante, al parecer, de esa idea del intelectual crítico, o engagé, comprometido, según Sartre, rechazó la beca Gugenheim, como Sartre el Nobel (no fue el caso de Camus, es curioso). Ya Julien Benda escribió sobre la traición de los intelectuales (los clercs en francés: sabios, expertos), traición tan inevitable al parecer como el viejo adagio de que los dioses prefieren a los que mueren jóvenes, como el Ché. Y no “intelectuales”, término equívoco, provisorio, que ignora sus motivos, sino son funcionarios (etimología de clercs¸clérigos) o al menos están en el trabajo manual.
        David Viñas aullaba que no, se enroscaba en la crítica, despedimos a un grande, maestro, como Masotta. A pesar de todas las distancias, porque no fuimos “íntimos”, en ninguno de los dos casos.
               
*Escritor, Profesor, Psicoanalista
Director Colección Leerypsicoanalizar

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