lunes, 27 de junio de 2011

“No hay que ser complaciente con los compañeros ni autoindulgente”


Por Horacio Verbitsky
ENTRE EL PEPE FIRMENICH Y RODOLFO WALSH

Las reacciones posibles
Hablamos de memoria, no de idealización retrospectiva, acrítica. Frente a cada situación política hay distintas reacciones posibles. Por ejemplo, no tuvieron la misma actitud ante los éxitos de la dictadura Firmenich y Rodolfo Walsh. En febrero de 1977, se distribuyó una cinta grabada por Firmenich en la que minimizaba la cantidad de bajas y desmentía que muchos de los detenidos no resistieran la tortura y en esas condiciones brindaran información que sirviera para producir nuevas detenciones. Existía incluso un manual con instrucciones para resistir la tortura, planteada como otra situación de combate en la que el arma propia sería la fortaleza de las convicciones ideológicas. Por un lado, Firmenich negaba la generalización y la gravedad de las caídas, por otro, como en el famoso reportaje que le hizo Gabriel García Márquez en abril de 1977, se jactaba de que la sangre de esos compañeros daría vida a la organización. A Gabo le dijo que la organización no había hecho nada para impedir el golpe porque lo consideraba “parte de la lucha interna en el movimiento peronista” y se había preparado para soportar en el primer año “un número de pérdidas humanas no inferior a 1500 bajas”. Decía que fueron menos de las previstas, y que en el mismo período la dictadura se había desinflado, “mientras que nosotros gozamos de gran prestigio entre las masas y somos en Argentina la opción política más segura para el futuro inmediato”. Qué escandaloso desprecio por la vida, no sólo de los enemigos sino también de los propios compañeros. En cambio, al mismo tiempo, en documentos enviados a la conducción, Walsh propuso reconocer la derrota y modificar estructuras y prácticas organizativas para impedir que se convirtiera en exterminio, como ocurrió. Del mismo modo, en la última edición de Operación Masacre escribió que el pueblo no lloró la muerte de Aramburu, cuyo dramatismo pone de relieve, pero no se le ocurrió asociar muerte con alegría.
Si alguna lección se puede sacar de esta historia, es que además de la voluntad y de la entrega es imprescindible el pensamiento propio, la crítica y la autocrítica, que no hay que ser complaciente con los compañeros ni autoindulgente, que no debe aceptarse nada a libro cerrado, ni olvidarse la dimensión de los afectos para convertir a nadie en una fría máquina de nada. Estoy triste, porque fuimos protagonistas de un fracaso, porque somos parte de una tragedia. En mis primeros diálogos con Juan Gelman después de la derrota, cuando nos reencontramos al cabo de años de no saber uno del otro, le decía que nuestra máxima aspiración podría ser convertirnos en combustible fósil que sirviera de abrigo a las nuevas generaciones. Por eso también estoy feliz al ver el comienzo de la reconstrucción de tantas cosas que fueron destruidas y el surgimiento de esas nuevas generaciones para las que somos punto de partida de su propia marcha. No para repetir la misma historia, lo cual es imposible e indeseable, porque el país y el mundo han cambiado, pero sí para luchar con otros medios y en otro contexto por los mismos valores por los que lucharon ellos, a quienes, ahora, aplaudimos.

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