lunes, 25 de abril de 2011

Guardando el Clarín para mi papá desaparecido


CUANDO ESE DIARIO ERA UNA INSTITUCIÓN
 Este texto pertenece a la interesante novela de Ernesto Semán, Soy un bravo piloto de la nueva China, donde el hijo y la mamá le guardan a su papá y esposo desaparecido los diarios Clarín para que cuando vuelva… pueda enterarse de las noticias en su ausencia.

…volvió el pelo desde arriba y desapareció una vez más en el lavadero. Seleccionar cada noche las noticias que más podían interesarle a Luis Abdela se convirtió en algo tan importante como había sido antes guardar los diarios enteros, o como hubiera sido cualquier cosa que mantuviera intacta una espera cándida. Esta etapa noticiosa fue más larga que la anterior. No me acuerdo cuándo ni cómo dejamos de hacer los recortes, pero sí me acuerdo de que Agustín fue el primero en abandonar, y que Rosa siguió a mi lado casi todas las noches, sentada en la cama, revisando Clarín de arriba a abajo para que Luis Abdela no se fuera a perder nada, distrayéndose a veces con la mirada perdida por el balcón, hacia los edificios grises y bajos que marcaban la silueta de la Juan B. Justo hasta donde se perdía la mirada. Eso habrá durado menos de un año, porque para julio del 79 yo era el único que seguía aferrado con toda mi fuerza a seguir esperándolo. Lo sé porque los recortes de la revolución sandinista tienen las anotaciones sobre el margen con la letra minúscula y rabiosa que tenía en ese entonces. Había guardado los ejemplares enteros con la cobertura de la entrada de los sandinistas en Managua, y después seguí con un recorte de prensa minucioso de la gestión de gobierno. Mirá Papi, lo eligieron a Daniel Ortega y empiezan la reforma agraria. Clarín, 28 de julio de 1979. Aquella tarde de mudanza, abriendo las cajas que mi hermano bajaba del ropero vi que los últimos recortes son justo los de la toma de rehenes en la embajada norteamericana en Irán y el entronamiento de Daniel Ortega. No es más de un año, entre los primeros ejemplares enteros de Clarín y la entrada triunfal a Managua, el último rastro tangible de la forma de nuestra esperanza en esos días, ese agujero oscurom colgado del último hilo de la tierra al que me aferraba con todo para evitar el salto al otro lado, porque ya sabía, contra mi obstinada voluntad, que es la vida, no el infierno, lo que empieza cuando termina la esperanza, a la salida de la iglesia y del partido, no en el púlpito. Mamá preparaba cascarilla desde las seis de la mañana, en el periodo infinito en el que se le dio por la cascarilla, o el café con leche o el Nesquik, y el mate suyo que ya estaba a pleno para el momento en que yo me levantaba, mientras de fondo estaba Magdalena en la radio, que por entonces era para mí la única otra persona en el mundo que podía levantarse tan temprano como mi mamá, además de hablar varios idiomas, y parecía haber un acuerdo entre ambas para disfrutar de la somnolencia fría tarareando Just singin’ in the rain por arriba de la cortina del programa a las seis de la mañana. Era sólo la canción de una película remota, yo ni siquiera sabía que las fotos de mi madre a los veinte años eran un doble perfecto y mejorado de Debbie Reynolds…

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