martes, 9 de agosto de 2011

No pudieron. Hijos de puta, no pudieron.

¡AGUANTEN LAS ABUELAS!


Por Pablo Caruso


Entre tantos absurdos que uno se propone de vez en vez para darle sentido a las cosas, andábamos buscando un verbo. Una palabra sencilla pero contundente, que pueda regalar a quien la oye o la lee, en un simple decirla, todo lo que significa la recuperación de un hijo apropiado.


Es un vago recurso, berreta y por lo gastado, de quien sólo puede sentarse a imaginar lo que nunca vivió, lo que le pasa a veces más de lejos, otras más cerca. Cada cual a su manera, con las herramientas que supo meter en el bolso antes de salir. En nuestro caso, buscar un verbo.


Marcelo y Susana le pusieron Laura, y desde hace unos días se llama Laura. Laura Reinhold Siver. Para todos nosotros es la nieta recuperada 105, pero para ella y para los nuevos suyos, no hay lenguaje ni contraseña.

Dicho y repetido 105 veces, hay que ver el trabajo que hacen las Abuelas de Plaza de Mayo para que la vida se pueda reencontrar consigo misma. Por un lado trabajando exhaustivamente con la familia, con los relatos de cada uno, construyendo memoria a partir de retazos, fundiendo dolores con fotos viejas, con expedientes y denuncias, armando algún atisbo de esperanza sin darla irresponsablemente. Allí un detenido que los vio, allá una compañera que sabe que nació, un “me parece que es ella”, un dato perdido como hilacha de un ovillo gigante, de la cual, lo mismo, vale la pena tironear.


En una ventana de otro lugar, miles de horas de mirada perdida, algo que no termina de pronunciarse ni tragarse. Un sentir irremediable que se navega en soledad, colores propios que no pertenecen a la foto familiar que cuelga en el pasillo. Tres décadas de una ausencia que no se conoce pero angustia. Un abrazo que no completa, y leguas y leguas de “mientras tantos” que ocurren de manera irrefrenable, sin nada por hacer.


Ser mamá debe ser un latido imposible de apaciguar… no está en el recuerdo la reciprocidad sagrada de esto que acaba de pasar. Una duda, un llamado. Años de convencerse. La prueba de la sangre, el pacto siempre vigente que no demanda ser firmado. Un llamado a cualquier hora, en cualquier parte del día… un llamado impensado, ni soñado. Se corta el aire. Y el abrazo postergado varias vidas que da sentido, al mismo tiempo que destroza, todo lo anterior.


Habrá cosas reparables, otras no. Hay un grito gritado por los que pueden, suspirado por los que siguen en llanto, mascullado por los que broncan sin parar: No pudieron. Hijos de puta, no pudieron.


Habrá en esos gestos un “hola compañeros, cuanto se los extraña”, pero pronto un definitivo adiós, porque ella es Laura. Un descanso merecido para todos, a pesar de todo lo que hay por recomponer.


¿Y el verbo, relator? A esta altura parece innecesario, casi una obstinación caprichosa del elije contar sobre lo que no sabe ni sabrá.


Nos quedamos con “nacer”. Una y otra vez, en cada nueva mirada, en cada nuevo abrazo restituido. Nacer y nacer, dicho a voces y con ternura. Nacer todo lo que no se pudo treinta y tantas veces.

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