jueves, 11 de agosto de 2011

DAVID CAMERON: ¿CONSERVADOR O “BOBO”?


LOS VÁNDALOS DE LA OPULENCIA NO USAN NI BUZOS NI CAPUCHAS/

LA MIOPÍA DEL PODER/

INGLATERRA: HOY COMO HACE SIETE SIGLOS


Por Marcos Doño


La inmediatez casi boba a la que nos tienen acostumbrados la mayoría de los noticiarios de la televisión de aire y algunos programas políticos de cable que se dicen serios, jamás nos deja lugar para el análisis de los acontecimientos sociales, más allá de lo estrictamente reciente.

Para engordar esta debacle intelectual, se suman aquellos dirigentes políticos portadores de orejeras ideológico-culturales que terminan por acotar al mundo a un plano unidimensional.

Guillotinada, la historia resulta en un cuerpo muerto cuya mudez nada puede decir ni dar referencia de hechos de un pasado que, sin duda, nos ayudaría a entender nuestro presente social, acaso con sólo hojear algún buen libro académico.

En este sentido, la descripción que se viene haciendo de la rebelión desatada por estos días en Londres, ahora extendida a todo el territorio británico, es una muestra cabal de no saber ni querer hurgar en la historia para tratar de comprender los sucesos de este presente.

Vayamos, entonces, en ayuda de la historia y tratemos, inmersos en uno de sus relatos, de entender, aunque brevemente, las causas de la violencia y la frustración que hoy emergen desolando las calles de Londres y otras ciudades.


BAJA EDAD MEDIA

Estamos en la Inglaterra de finales del siglo XIV, lo que se conoce correctamente como Baja Edad Media. Más precisamente en el año 1381, cuando estalló la Rebelión de Wat Tyler, también conocida como Gran levantamiento de 1381 o Revuelta de los campesinos.

Nos referimos a una serie de insurrecciones populares lideradas, entre otros, por John Ball y Wat Tyler, que terminaron por constituirse en determinante de la estructura social, económica y jurídica de Inglaterra. Y aquí viene el dato que nos ayudará a entender cómo algunas medidas tomadas por el poder político suelen determinar situaciones similares, aunque distantes en el tiempo.

El sismo social al que hago referencia fue en esencia una rebelión antifiscal, que ante la miopía del poder derivó en la insurrección más extrema y extendida territorialmente de la historia de Inglaterra. Es verdad que alguien que conozca estos acontecimientos podrá decir, no sin acierto, que el levantamiento campesino terminó finalmente en un fracaso. Ello es verdad en términos tácticos. Pero el legado histórico de esta rebelión lo ubica en un lugar central de la historia del pueblo inglés, ya que de él se derivaron el principio del fin de la servidumbre en la Inglaterra medieval y la sensibilización de las clases altas, que se vieron exigidas a entender la necesidad de combatir la miseria extrema a la que estaban sometidas las clases bajas, sobre todo como consecuencia de su servidumbre forzada.


EL AJUSTE PERMANENTE

Hoy, al igual que otros países de Europa y los Estados Unidos, la opción elegida por el gobierno conservador inglés de Cameron ha sido la incorrecta; y no por conservador sino por bobo. Pareciera ser que nada han aprendido de la historia: acaso porque han dejado para su lectura el lugar de una excentricidad suntuaria, en vez del de una necesidad cuasi biológica. Así, ante la crisis generada por el sistema financiero internacional que de ser el agente bacteriano que lo infectó todo con miseria pretende transformarse en el antibiótico, decide acorralar fiscalmente al pueblo con ajustes que pretenden salvar un sistema enclenque, que ni economistas ni sociólogos saben ya cómo describir.

Así les va. Incendios. Saqueos. Todo tan parecido a lo ocurrido en los levantamientos de la Inglaterra de 1381: consecuencia otrora como hoy de la insensibilidad, de la impudicia de una riqueza de concentración exponencial y del maltrato social.

Quizás las circunstancias, quizás los saqueos, quizás el miedo, tal como sucedió hace más de 600 años, despierte la lucidez en algunos dirigentes y les haga dar cuenta que la salida de la crisis no está en pedir que se limpie a Inglaterra de delincuentes. Aquellos a los que la opulencia y el éxtasis del consumo parecen haber anestesiado, empujándolos a pedir a gritos que se extermine al otro, al olvidado, tal y como se escucha y lee hoy en las redes sociales en Inglaterra, deberán entender que su pedido no sólo es insensible y repugnante, sino menos que inteligente. Más aún, se podría decir que la pretensión de que todo se resuelva como si fuese una cuestión policial, no es más que un vomito de nafta sobre las llamas de los desesperados. En su incultura y desprecio las clases dominantes, apoyada por los lacayos de una clase media acomodada que parece sensibilizarse sólo ante la matanza de las ballenas y el talado de árboles, se han puesto a pedir el exterminio del otro, sin darse cuenta que están al borde de su propio suicidio.

Es la misma clase que se lo ha venido tragando todo. Es la que reclama que le limpien Inglaterra y el mundo de las sobras, entre las cuales parecieran estar los marginados, los olvidados y las etnias de las que ellos se han venido sirviendo como en los peores tiempos de la Edad Media, siempre para satisfacer sus pantagruélicas diversiones y su voracidad de poder.


LONDRES EN LLAMAS

Si aún les queda dignidad e inteligencia, entonces sabrán entender que quien se sienta a la mesa a comer a diario en medio de un ambiente familiar, quien vuelve a su casa después de un día de trabajo, quien cobra un salario digno que le permite vivir y realizar deseos, quien camina por las calles con la seguridad de que volverá a su hogar, quien se siente protagonista de la historia y es respetado por su historia y sus ideas, no saldrá a quemar autos, ni a saquear, ni a hacer del vandalismo su forma de ser protagonista de la historia, cueste lo que le cueste.

Los que han arrasado, los que han saqueado y siguen haciéndolo en proporciones apocalípticas, no son los centenares de jóvenes encapuchados que hoy vemos por la televisión. Los que lo han arrasado todo, apoyados en la anestesia ilusoria de la tecnología que millones compran para sentirse falsamente libres, lo que filósofo Herbert Marcuse llamó “la conciencia feliz”, son los vándalos de la opulencia. Y no usan ni buzos ni capuchas.

Estos vándalos modernos, así como los señores feudales que antes de nombrase a sí mismos caballeros primero cabalgaron por Europa en un éxtasis de robos y violaciones, viven su propia edad media. Encerrados en Burgos casi inexpugnables, pretenden todo del prójimo. Hoy, se visten con trajes y zapatos de Armani. Explotan sus armarios con decenas y decenas de carteras, bolsos, pañuelos de Louis Vuitton. Con decenas y decenas de camisas que usarán sólo una vez. Y confirmarán la hora de la cita con la última puta de lujo que les consiguió su traficante preferido, por supuesto después de corroborar la hora de cierre de la bolsa de New York o Londres en un reloj cuyo valor puede llegar a superar el salario de mil trabajadores de un país como Nigeria, donde también suelen hacer negocios.

1 comentario: