"Treinta y cinco años después vuelvo a escuchar el mismo razonamiento que el de mis torturadores de la dictadura"
LOS SOCIALISMOS DE LOS IMBÉCILES Y LA OBSESIÓN DE D´ELÍA
Por Marcos Doño*

Es la madrugada del 14 de mayo de 1976. Después de no sé cuánto tiempo, la tortura se detiene. Alguien, a quien no puedo ver porque estoy encapuchado, se acerca a mi oído y me susurra, no porque no quiere que lo escuchen sino porque es una forma perversa e íntima de su odio: Mirá, que seas zurdo vaya y pase. Pero donde la cagaste es en que sos judío. Así, tal cual la sintaxis, es como lo recuerdo. Después continuaron con su “trabajo”; tanta máquina -picana eléctrica- hasta que me ahogué de dolor y porque se me cerraba la glotis, edematizada por el paso de la electricidad en todo mi cuerpo.
Cuando los dientes casi se me salían de las encías, volvieron a detenerse. Esta vez, otro, de voz chillona, grita a viva voz: ¡Che, judío de mierda, vos debés ser un espía del Mossad!
Entonces el tormento da un giro insospechado: ahora, además de marxista, me acusan de “espía israelí”. Y de una sarta de disparates inexplicables derivados de la lectura de unos folletos que habían recogido de mi casa, mientras lo destruían todo. El material de espionaje incautado era de una escuela judía laica, donde mi esposa se desempeñaba como docente. Suficiente para armar una historia inverosímil y acusarme de hereje. A partir de allí, para el judío espía, para el traidor a la patria, para el judío marxista, doble ración de tormento.
Treinta y cinco años después vuelvo a escuchar el mismo razonamiento que el de mis torturadores de la dictadura. Vuelvo a escuchar las mismas sospechas sobre los judíos. Sobre mi condición de judío. Sobre mi argentinidad. Pero esta vez de boca de un líder social, el piquetero Luis D’Elía, quien se dice militante por los derechos humanos, quien asegura ser un luchador por un país más justo y equitativo. Un país en el que toda forma de discriminación, y él lo sabe, además que debería ser condenada por la conciencia moral de cualquier ciudadano, es reprimida por una ley nacional, inspirada en la Declaración Universal de Derechos Humanos –artículo 2.-, y en el artículo 16 de nuestra Constitución Nacional.
Yo no pretendo que todos nos amemos, como si acaso estuviésemos en camino hacia una sociedad de ideal gandhiano. En cambio exijo que se haga cumplir la ley; al menos es el resguardo de orden jurídico que tengo como habitante de este país.
¿Pero de qué estoy hablando? Hace unos días D´Elía, en un programa de radio, se refirió a la estafa sufrida por la Fundación Sueños Compartidos que lidera Hebe de Bonafini, en estos términos: "Vos mirás la lista de estos muchachos y son todos paisanos, encabezados por ellos dos (Sergio y Pablo Schoklender), hijos de un hombre traficante de armas vinculado a la dictadura". "Cuando vos ves todos los apellidos 'Schoklender', Zito Lemame dice 'yo no sé si este pibe es del Mossad'. No me extrañaría que detrás de estas operaciones de desprestigio estén personajes de la alta inteligencia internacional".
La sospecha de que los judíos somos siempre extranjeros es una idea cocinada por siglos, que tiene entre sus máximos referentes al libelo antisemita“Los Protocolos de los Sabios de Sión”. Un texto pergeñado por la policía secreta del zar de Rusia a fines del siglo XIX, que se usó para que las mentes envenenadas de antisemitismo intentasen justificar “científicamente” sus fechorías, inspiradas en el canon de falacias históricas que inventó y difundió por siglos la Iglesia Católica, sobre todo a partir del siglo X.
Lo cierto es que esta estructura cultural no fue ni quiso ser revertida en el siglo XX por ninguna de las ideologías dominantes: la liberal y la socialista. Así, las izquierdas duras terminaron por heredar esta simiente cultural, y el estalinismo es, sin dudas, un ejemplo meridiano. No es casual que el fanatismo de izquierda suela apoyarse en una singularidad perversa para tratar el conflicto árabe-israelí, lo que le generó un repertorio cada vez más cercano al pensamiento de los fascismos del siglo pasado. Apoyados en él, sus conclusiones sobre el terma no resisten, las más de las veces, ningún análisis serio en materia de historia y politología. Lo demás lo hizo la llamada “mala conciencia”, emergente “moral” de gran parte de la sociedad europea de posguerra, que no se hizo cargo de la responsabilidad política y social que le cupo en el mayor genocidio de la historia cometido por razones étnicas durante la Segunda Guerra Mundial: la Shoáh –Holocausto-.
Sería bueno que Luis D’Elía se nutriese menos de las ideas medievales y reaccionarias ejercidas por su elogiado Mahmud Ahmadineyad, un dictador teocrático, hijo predilecto de la revolución del Ayatollah Jomeini, quien después de derrocar al anterior dictador, el Shá de Persia Mohammad Reza Pahlevi, se dedicó a allanar el camino de su revolución islamista fusilando y encarcelando no sólo a los antiguos representantes aliados de los norteamericanos, sino a los opositores socialistas, comunistas y de cualquier tenor político que no se ajustasen a la ley coránica o shaaría.
Debería abrevar, si es que realmente cree en algún ideario democrático y le interesa la historia de quienes lucharon por una sociedad argentina con justicia social, en el pensamiento de hombres como el anarquista español Antonio Soto, quien lideró con la FORA los levantamientos obreros en las provincias de Santa Cruz y Río Gallegos, contra de la terrible explotación a que los sometían los estancieros conservadores. Luchas que, como bien destaca Osvaldo Bayer en su libro La Patagonia Rebelde, el coronel Héctor “Beningno” Varela, testaferro de la oligarquía reunida en la Sociedad Rural, reprimió con el fusilamiento, asesinando a 1500 trabajadores.
Desde ése trágico 11 de noviembre de 1921 en la Patagonia, debieron pasar tres décadas para que los trabajadores argentinos conocieron tuviesen un movimiento político masivo que los representara en sus derechos. Sobre todo con Eva Perón, quien se transformaría en su mayor estandarte de lucha. Evita, quien se animó en medio del odio antisemita encarnado en distintos sectores de la sociedad argentina a verbalizar su afecto y respeto por los judíos y el Estado naciente, al que defendió con su brillante oratoria ante las señoras pacatas de la Sociedad Rural y lo más reaccionario de la oligarquía vernácula. Allí, donde verdaderamente anidaba la cepa del pensamiento secular antijudío, y que D’Elía expresa hoy sin pudor cada vez que tiene oportunidad de hacerlo. Aun a pesar de sus retóricos ataques de odio a los rubios, su símbolo mediático de la clase alta.
Y si queremos ir más lejos en el tiempo y la geografía, debería conocer el pensamiento y el accionar de hombres como Trotsky y Lenin –no tanto del leninismo y el trotskismo de los últimos 60 años-, quienes desenmascararon y combatieron las falacias racistas encarnadas en las páginas del libro de la policía zarista, que bien vale decir en este caso, se difunde masiva y gratuitamente en las escuelas y los centros islamistas.
De todas maneras, estos son temas de política internacional y nacional que por su profundidad no pueden abordarse con seriedad en unas pocas líneas.
Pero que quede claro: los judíos de la Argentina nada tenemos que ver, como ciudadanos argentinos que somos, con los hechos bélicos y políticos de Israel; aun aquellos que declaran que en un lugar de su corazón descansa la nostalgia por este país milenario, donde vivieron sus ancestros y viven sus hermanos de religión y cultura.
Claro que para esto hace falta grandeza de espíritu y claridad política. Hace falta desprenderse de un imaginario por centurias pernicioso. Y quizás nadie mejor que Cristina Fernández de Kirchner para mostrarnos cómo se debe ser en estas cuestiones.
Como lo hizo durante el acto de inauguración del helipuerto “Roberto Mario Fiorito”, en homenaje al Cap. Fiorito, piloto del helicóptero Puma del Ejército que fue abatido por un misil antiaéreo inglés del destructor Coventry el 9 de mayo de 1982, durante un rescate en plena guerra de Malvinas. La Presidenta vio como inmejorable la oportunidad para entregarle el DNI argentino al artista James Peck, quien nació en las Islas Malvinas en 1968 y es hijo de un soldado inglés que combatió en la guerra del Atlántico Sur. Sin dudas, todo un gesto político y moral. Sin dudas, un mensaje para la sociedad argentina e inglesa.
No vaya a ser que a alguien se le ocurra aplicar la teoría conspirativa de Luis D’Elía y le plantee a Cristina Fernández de Kirchner la posibilidad de que el compatriota James Peck sea un espía, miembro del servicio de inteligencia de la Corona británica. Quizás esta idea ya esté anidando.
A estas formas de razonamiento político el lúcido pensador August Bebel (compañero de lucha de la líder de movimiento marxista alemán de comienzos del siglo conocido como Liga Espartaquista) la denominó “el socialismo de los imbéciles”.
Sin embargo y a pesar de todo, y porque como dice el Talmud “es mejor encender una llama que blasfemar contra la oscuridad”, trato de entender las razones. Pero las palabras de D’Elía, tan antiguas como el odio que encarnan, insisten: "Vos mirás la lista de estos muchachos y son todos paisanos… ". "Cuando vos ves todos los apellidos 'Schoklender', Zito Lema me dice 'yo no sé si este pibe es del Mossad'.
No sé, las escucho y mi memoria me trae la gélida voz de uno de mis torturadores. Tan clara como si me estuviese hablando ahora mismo: ¡Che, judío de mierda, vos debés ser un espía del Mossad!
*Periodista. Preso político durante la dictadura militar. Fue miembro del Departamento de Prensa de AMIA.
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